Por una parte hay que tener en cuenta que desde el inicio de su historia los Estados Unidos han tenido siempre voluntad de guiar al mundo. Eso lo han hecho de distintas maneras: exportando su revolución, liderando una serie de valores políticos, ayudando a ejércitos extranjeros, interviniendo con sus propias fuerzas, disuadiendo con su potencial militar, instalando sus bases,…
De un modo más concreto la presencia americana en Europa se debe a la victoria aliada sobre las potencias del eje y después a la guerra fría. Con su decisiva intervención los Estados Unidos ayudaron a la Europa libre frente al nazismo y posteriormente con su presencia evitaron que la Unión soviética implantase su sistema político en el resto de Europa. La presencia americana en Europa fue, por tanto, beneficiosa para la libertad de los europeos. En España, la necesidad de fomentar las relaciones internacionales después de una época de aislacionismo y las ventajas económicas obligaron a limitar en algún modo nuestra soberanía.
Si bien durante un período histórico la presencia norteamericana resultó positiva para Europa, cambiadas las circunstancias hay que replantearse la cuestión.
Con la caída del muro de Berlín desapareció la amenaza comunista y la presencia de Estados Unidos pareció dejar de tener sentido, pero con el conflicto de la ex-Yoguslavia se demostró imprescindible la colaboración americana para el mantenimiento de la paz.
Somos muchos los europeistas convencidos a los que nos gustaría que desapareciese completamente esa presencia norteamericana en la política defensiva europea. La OTAN parece carecer de sentido por la desaparición del enemigo soviético. Pero hay que reconocer que necesitamos la colaboración americana en el ámbito de la defensa. Las potencias europeas no pueden permitirse grandes gastos en defensa ni sus gobiernos pueden pagar el precio político ante la opinión pública de mandar soldados a guerras, por lo que hay que hipotecar en cierta manera nuestra soberanía.
Por otra parte tampoco Estados Unidos puede seguir permitiéndose el coste económico de dominar el mundo. No puede ser el gendarme universal. Tiene que conformarse con un liderazgo selectivo. Evidentemente a EEUU le interesa mantener su influencia en Europa, pero su economía no le permite mantener el nivel de gasto en política exterior de otros tiempos. Las organizaciones defensivas estrictamente europeas están abocadas al fracaso. Sólo la OTAN, con la colaboración norteamericana, puede sobrevivir. Las europeas tendrán que integrarse como tales en el seno de la Alianza atlántica. Pero esto plantea algunos problemas doctrinales que habrá que solucionar. ¿qué justificación tiene la OTAN en un mundo que ha dejado de ser bipolar? ¿habrá que plantearse para su supervivencia la posibilidad de que existan otros enemigos? ¿Cómo se justifica la participación norteamericana en la defensa europea? ¿Permitirá Rusia que sus antiguos satélites se integren en una organización en la que América tiene un importante papel?
Mientras se resuelven las cuestiones doctrinales hay que reconocer que Estados Unidos está dispuesta, por necesidad, a aceptar una mayor implicación de Europa, como tal, en la OTAN, pero Europa se debate entre la voluntad de autogestionarse en materias de defensas y la imposibilidad de asumir tal autogestión.
Sin resolver los problemas doctrinales, se imponen cuestiones práticas: Europa necesita de los recursos defensivos americanos y Estados Unidos quiere mantener un cierto liderazgo en Europa.